sábado, 24 de enero de 2009

Reflexión personal

La vida va cambiando y va ofreciendo hábitos y situaciones diferentes en cada etapa de la vida. Cuando somos jóvenes deseamos fervientemente llegar a una edad algo más avanzada para hacer determinadas cosas que sólo podremos hacer más adelante. Y cuando vamos creciendo y consiguiendo hacer todas esas cosas que ansiábamos, echamos la vista atrás y echamos de menos esas cosas que nos ofrecía la vida cuando teníamos menos edad.

Pero eso es el ciclo de la vida. Tiene sus fases establecidas. Etapas por las que, más tarde o más temprano, vamos a pasar la mayoría de nosotros. Aunque siempre hay alguno que otro que se queda anclado en unas de esas etapas anteriores (conozco algún caso de estos).

Recuerdo, cuando estudiaba, que la vida era fácil, salíamos y entrábamos, hacíamos deporte, los fines de semana se alternaba con los amigos, no había horarios encorsetados que limitaran nuestras acciones,... Vivíamos bien. Nuestra única responsabilidad era estudiar para conseguir el día de mañana “ser hombres y mujeres de provecho”. Pero siempre estaba en nuestra mente nuestro futuro, donde se abrirían nuevas puertas que nos llevaría a disfrutar de la vida de otra forma: trabajo cualificado que se traduciría en una posición económica aceptable, lo cual daría la oportunidad de viajar a sitios interesantes, comprar cosas que en nuestra fase de estudiantes serían impensables, conseguir la independencia familiar,.... En definitiva, esa vida idealizada que todos deseamos conseguir.

Pero una vez que llegas a este momento tan deseado, todo no es tan fácil como nos creíamos. Nos enfrentamos con la dificultad de encontrar ese trabajo que nos llevaría a tener ese nivel económico que queríamos, cuando lo encontramos descubrimos que las posibilidades de viajar y de comprar las cosas que queríamos se reducen, debido a que económicamente no se puede estirar tanto el sueldo y que las vacaciones a veces son difícil de casar con los posibles viajes. Luego te emparejas y llega el momento de formalizar el asunto, con lo que el inicio de la convivencia supone. Y a continuación llega el momento de plantearse ser padre, con las consecuencias correspondientes, tanto positivas como negativas.

Ese deseo de conseguir la paternidad normalmente se convierte en realidad bastante pronto, con lo que la estructuración horaria de nuestra vida se convierte en hábitos cerrados, cada vez más arraigados en nuestra evolución. Todo esto supone más gasto económico, mayor responsabilidad, menos tiempo personal para hacer las cosas que realizábamos antes, mayor dificultad para hacer vida social (familia, amigos,...), continuar estudios, hacer cosas extraordinarias.... sobre todo durante el tiempo en que los hijos son totalmente dependientes de los padres.

Llegado éste momento es cuando echas la vista atrás y recuerdas con añoranza todas esas etapas de tu vida en las que tenías total libertad para disponer de tu tiempo como quisieras. Eso sí, siendo consciente de que en la etapa en que estás inmerso es normal todo lo que te está pasando (o por lo menos es así en la mayoría de la gente que conoces).

Esto me lleva a una reflexión final y es la que me intento aplicar: hay que vivir cada etapa de la vida al máximo, y disfrutarla a tope; cada una de ellas tiene unas características asociadas y lo importante es adaptarnos a ellas lo mejor posible.

¡¡¡Viva la vida!!!